1996 / 2016

Galería Juana de Aizpuru. Sevilla / Madrid

Se puede interpretar el programa iconológico cristiano como una de las más exitosas campañas de marketing de la historia: pocas empresas serían capaces de competir con el grado de implantación de la imagen de su identidad corporativa. La Iglesia ha demostrado una creatividad magistral (mater et magistra) a la hora de hacer uso de elementos simbólicos de ámbito prácticamente universal, preexistentes al propio cristianismo y profundamente enraizados en culturas precedentes.

La iconosfera contemporánea rebosa de imágenes, logotipos, marcas comerciales y poses publicitarias llenas de mascarillas de eterna juventud, baños vivificantes, cuerpos semidesnudos, corazones, brazos en cruz, vuelos ascensionales, pietàs, coronas, gallos, manos atadas, cálices y copas… No se debe sino a su aptitud para atravesar la historia que un símbolo se ancla en una civilización.

Lavaban de agua pura una efigie del dios muerto, ungían con aceite y vestían con una túnica roja, mientras nubes de incienso se elevaban en el aire (…) El tronco del árbol era amortajado con bandas de lana. Después ataban a la mitad del tronco la figura de un joven (para un sacrificio cruento), excitados por la bárbara música del chasquido de los címbalos, el redoble de los tambores, los trompetazos de los cuernos.

J.G. Frazer, La rama dorada